"Si no soy mi TCA, ¿quién soy?"

Ema contó su proceso de rehabilitación de TCA para el trabajo final de una materia de Camilo Germán en la Universidad Blas Pascal.

La Balanza de Ema: Aprender a ver solamente un número.

Entrevista de Camilo Germán en Medium.com

Sep 19, 2025

No hay nada que se pueda esconder. En Psiclo, la transparencia lo envuelve todo. Allí, Ema aprendió a desaprender el control. El líquido, una infusión de hierbas, esa comida que aterroriza… comerla se vuelve un acto de confianza, un paso más en un camino de pequeños y grandes desafíos. Un ritual que, aunque sencillo, contrasta con el peso de su pasado.

En unos minutos, se subirá de espaldas a una balanza, una de esas con números que parecen hablar, pero que ella ya no escucha. Es un ritual sin ver el resultado, sin la angustia de un número que antes la definía. Es la balanza la que ahora le da la espalda a la obsesión. A Ema solo le queda la dura lucha con su propia cabeza.

Así comienza la recuperación, un proceso que la llevó a soltar el volante de una vida que creía gobernar. Ema tiene 24 años y, aunque está próxima a recibirse de médica, primero tuvo que enfrentarse a sí misma para poder ayudar a otros.

A los ocho años recuerda mirarse al espejo y verse "más grande que las otras". Con el tiempo, esa pequeña porción de grasa bajo sus brazos se convirtió en una molestia para la chica que veía reflejada.

Se inició entonces un ritual secreto: dietas en su pieza, ejercicios a escondidas y la constante comparación con sus amigas "chiquitas y flaquitas". Su percepción de sí misma se distorsionaba en un conflicto interno que crecía sin que nadie lo advirtiera.

La autoexigencia — que la llevó a ser abanderada del colegio y a tener el mejor promedio — se volcó sin piedad sobre su propia mente. Era la persona que necesitaba que todo saliera bien. Una exigencia que no venía de sus padres, sino de ella misma. El Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) es común en personalidades así: una forma de buscar control cuando el mundo parece desmoronarse.

En 2021, su mundo empezó a derrumbarse. La cuarentena, sumada a los problemas de salud de su madre, crearon un ambiente tenso en su casa. Sin querer sumar sus propios problemas, Ema se hundió en una depresión silenciosa. La comida se convirtió en su último reducto de poder: desde contar calorías y saltear comidas, hasta decir frases como "acá hay muchos ravioles" o "ya comí en el cumple, Ma".

De repente, sin aviso, irrumpieron crisis de angustia, llantos y gritos. "Era estar en un pozo negro, uno del que no podía salir, y terminás pensando que te vas a morir ahí".

La única forma de salir de ese pozo era, paradójicamente, a través de la comida: el mismo elemento que la había consumido.

Un día, Ema no aguantó más y le confesó su situación a sus padres. Ellos, que no habían notado las señales, se preocuparon y se sintieron culpables por no haber percibido lo que pasaba. Su padre se contactó con un colega del trabajo y así encontraron Psiclo.

Cuando Ema entró en el centro pensó que nunca se recuperaría. El tratamiento era durísimo. Le quitaron el control: "Alguien más te va a servir la comida". "Comés o comés", le repetía su madre, que vigilaba hasta que terminara todo lo que le correspondía en casa y no en Psiclo.

Al principio, intentaba engañar al sistema, pesándose a escondidas en una farmacia. "Yo, estudiando medicina, sabía lo que te hace no comer (…) pero me importaba más verme flaca".

"Después de años de trabajar con mi psicóloga, me di cuenta de que a pesar de estar comiendo y con un peso estable, no estaba del todo bien".

Ema visitaba Psiclo todos los lunes y jueves. No es una clínica de internación, sino un centro de día. El edificio, con su calidez, resalta el trabajo de su grupo interdisciplinario, encargado del seguimiento de cada paciente. No hay ni un poco de blanco ni nada que se asemeje a un hospital. La cocina, la sala de estar y el comedor se mantienen fieles al estilo de casona familiar típica de la ciudad de Córdoba, con sus ladrillos expuestos, escaleras y pisos de madera.

El tratamiento se organiza en niveles: grupo 1, 2, 3 y alta. Los pacientes son ubicados junto a personas de su mismo nivel para compartir experiencias. Ema explica que la base no es solo la comida, sino un abordaje psicológico, nutricional, médico y psiquiátrico.

"La terapia en grupo fue un pilar. A veces alguien pone palabras a sentimientos que vos no sabés cómo explicar". Era un espacio seguro con reglas estrictas: no se habla de calorías, no se habla de peso, no se habla de comidas que dan miedo, y nadie se va hasta que todos terminan de comer.

"Me di cuenta de que no estaba sola", dice Ema.

En el camino de la recuperación, uno de sus desafíos fue separarse de su TCA. Ema sentía que su trastorno era parte de su identidad. "Si no soy eso, ¿quién soy?", se preguntaba, y esa inseguridad era una pregunta que a veces no quería responder.

En Psiclo aprendió a decir: "No soy el TCA, soy Ema". Descubrió que la identidad no se construye sobre la enfermedad, sino sobre la persona que existe debajo.

Hoy Ema tiene el alta. Lo consiguió en abril de este año. No fue un final abrupto, sino un camino gradual. Aprendió durante el proceso que sus pensamientos retorcidos pueden volver, incluso comiendo y con un peso estable. "A pesar de tener el alta, siempre se puede volver atrás y terminar pensando igual que antes".

"Es cuestión de controlarlo, porque matarlo no se puede".

Hoy Ema, que en el pasado se guardaba sus tormentas, da la cara y cuenta su historia con la valentía de quien ha recuperado el control, no sobre la comida, sino sobre su vida.

Su voz, tranquila y reflexiva, se convierte en un faro para quienes aún están a oscuras. La historia de Ema enseña que la verdadera liberación no es luchar contra uno mismo, sino luchar por uno mismo, para decir:

"Mi peso es solo un número."

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